
Eguzkilore es la marca que los joyeros vizcaínos Zuluaga crearon hace apenas un año para una nueva línea de joyería inspirada en elementos de nuestro patrimonio cultural. Su andadura comenzó con la recreación de la mágica flor de la que toma nombre, el Eguzkilore, en forma de broche de oro, con el objetivo de “probar si gustaba”. Por lo menos esa era la idea de Ander Zuluaga, el maestro joyero que le dio luz en su taller de Galdakao. No sólo gustó, sino que el “boca a boca del cliente” y “la universalidad de Internet” ocasionó peticiones de todos los puntos geográficos del País Vasco, y también fuera de él.
Los Zuluaga comenzaron su actividad en alta joyería, siempre con materiales nobles y tan difíciles de trabajar como el platino, donde muestran lo mejor del oficio. Por su trayectoria artesanal han obtenido el reconocimiento de la Asociación nacional de Maestros Joyeros, que agrupa a todos los profesionales españoles. En busca de nuevas oportunidades de negocio y de productos innovadores, la nueva generación al frente del negocio concibió la idea del Eguzkilore; un nuevo enfoque de la joyería.
El fenómeno ha supuesto la apertura reciente de su primer establecimiento en La Concha de Donostia-San Sebastián y próximamente se abrirá uno nuevo situado en la Gran Vía bilbaína. Paralelamente ha traído consigo la creación de nuevas colecciones de Eguzkilore en diseños variados, y piezas para todo tipo de público: mujeres y hombres; clásicos y vanguardistas; adultos, jóvenes y hasta bebés, con una línea específica de chupeteros. En total, las piezas se comercializan en cuatro puntos de venta: dos bajo marca Eguzkilore y otros dos bajo marca Zuluaga, situados en Bizkaia (Galdakao y Amorebieta).
El nuevo establecimiento de Bilbao representa para Igotz Zuluaga “un importante paso adelante y mucho esfuerzo invertido. Queríamos estar un una zona comercial de referencia y finalmente lo hemos conseguido, pero no ha sido fácil.” Para él, cerrar el año con esta nueva apertura supone superar todas las expectativas. Los joyeros piensan ya en próximas plazas vascas donde tener presencia y en una expansión más amplía a futuro: “Tenemos en mente un posible sistema de franquiciados para Eguzkilore, pero hay que ir avanzando paso a paso”. Su modelo es el de otras marcas locales que han conseguido traspasar fronteras internacionales con sus productos y llegar al consumidor de todo el mundo: “en muy poco tiempo, más de 3.000 personas han adquirido un Eguzkilore y muchísimas más se han interesado por él; creo que eso significa una potencialidad muy grande”.
Lo que inicialmente parecía una desventaja para el futuro de la nueva línea era el relativo desconocimiento de la tradición del Eguzkilore, pero ha resultado la gran baza para el éxito de las joyas y el aumento de su popularidad. Como explica Igotz Zuluaga, “en un mercado lleno de diseño, pero con escasa diferenciación entre una y otra joya, la tradición del Eguzkilore no sólo le ha dado personalidad propia a las piezas, sino que ha “revivido” su magia, y mucha gente las luce hoy invocando su antiguo valor protector”.
La historia de la flor, unida a la de los joyeros creadores -una empresa familiar con todos sus miembros implicados y con más de 50 años de actividad-, hacen de Eguzkilore una marca muy particular y muy propia. El glamour lo ponen las propias joyas, realizadas en oro, en plata o en oro blanco, combinadas a veces con piedras preciosas y semipreciosas como el onix, o el cuarzo. En algunos de los Eguzkilores más grandes, la luz que desprende la pieza es tan intensa que no es extraño que alimente la vieja creencia de que su protección envuelve a quien lo lleva.
Una historia ancestral que sigue viva
Esta flor simbolizaba el poder del sol y a ella le atribuían todas sus propiedades benefactoras. Se ponía en la puerta de entrada de los caseríos para proteger el hogar de los espíritus que habitaban en la noche, de las tormentas y de otros posibles peligros. Esta vieja costumbre seguía viva en tiempo de nuestros abuelos, que contaban episodios sobre el poder del Eguzkilore, transmitidos por sus antepasados.
A los Zuluaga les relataban una historia de quién sabe cuánto tiempo atrás. En ella, las Lamias (personajes mitológicos) llegaban a las noches a los caseríos para llevarse a los niños pequeños de la casa, pero para poder entrar tenían que contar correctamente los pétalos del Eguzkilore colgado en la puerta. Como no sabían contar bien, y se equivocaban, tenían que empezar de nuevo una y otra vez, sin dar con la respuesta que les permita traspasar la puerta. Así se pasaban toda la noche, hasta que se hacía de día y los primeros rayos de sol les hacían escapar. Era así como el Eguzkilore cumplía su función protectora.